A lo largo de las etapas de nuestra vida, uno de los grandes retos es lograr una armonía en las relaciones con las personas que nos rodean (pareja, compañeros de trabajo, amigos, familia…).
Con cada una de las personas que tratamos, establecemos un vínculo definido por las dos partes, muy propio y privatizado. Hay personas con las que armonizamos fácilmente a través de una buena comunicación, como le sucedía a Verónica, que me contaba en consulta de su hermana, que era su mejor amiga y confidente; otras nos resultan un esfuerzo mayor aunque el resultado suele ser igualmente gratificante, como es el caso de Pablo, quien tenía como socio de trabajo a un amigo de la infancia con el que en la actualidad tenía una magnífica relación de confianza y proyectos comunes.
Finalmente, hay personas de nuestra vida con las que sufrimos largos periodos de incomunicación a pesar de que los sentimientos están vivos y siguen siendo muy profundos, como me explicaba Alfredo, que dejó de hablar con su padre durante dos años por una fuerte discusión.
Y siempre aparece una persona o varias que nos producen rechazo, alguien con quien nos resulta fácil sacar lo peor de nosotros: la ira, la frialdad, la inseguridad, el miedo, el orgullo… Solemos definirla como alguien con quien “no podemos”, y las palabras no aciertan a describir todas las emociones que nos moviliza esa persona. Es el caso de Marta, una paciente de 24 años que llegó a la consulta por un problema con su jefe. La primera vez que comenzamos a hablar de su problemática, comenzó a subir su tono de voz, y todo su cuerpo se tensó. Llegado a un punto le hice ver a Marta todo lo que le provocaba pensar en su jefe, sus reacciones físicas y emocionales y cuánto daño le estaba infligiendo su relación con él. Al darse cuenta de todo ello, Marta comenzó a llorar y me dijo: “Es que me supera”.
Cuando las emociones y pensamientos nos dominan, el conflicto que tenemos con esa persona o circunstancia ha tomado un cariz incontrolable que requiere que pongamos atención en ello con el objetivo de evitar actuar de forma extremada.
Es conveniente tomar consciencia de que los conflictos que tenemos con las personas, son un espejo de aspectos de nuestra propia personalidad que no aceptamos de nosotros mismos, por lo que, en consecuencia, se nos hace insoportable del otro. Estos conflictos, si nos permitimos ir más allá de los sentimientos que nos despiertan, pueden convertirse en una maravillosa oportunidad para sanar nuestro propio ser. Y, con ello, nos regalamos la posibilidad de dar un gran paso en nuestro desarrollo personal.
Si te encuentras con una circunstancia similar podría ser recomendable buscar la ayuda de un terapeuta que puede acompañarte a transformarlo y poder mejorar tu calidad de vida.
Via cuidatucuerpo.es
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